¿QUE ES ?
La pobreza está y se percibe por doquier. Golpea los sentidos, entristece al que la mira, se puede palpar, se la oye quejarse, huele. La soportamos a diario, y en la esquina menos pensada se nos aparece. Aunque algunos, ya
insensibilizados, pasan sin querer reconocerla.
Pese a ser tan diáfana para los sentidos, no es fácil que los técnicos se pongan de acuerdo en cómo definir y en cómo medir la pobreza. La primera palabra que asociamos con pobreza es "carencia". Evidentemente, el pobre es un ser humano incompleto, a medias, pues le faltan atributos que poseen otros hombres y mujeres. Atributos que, en los casos extremos, son muy visibles. Los pobres no pueden garantizarse aspectos esenciales para la vida y dignidad humana:
alimentación, vestido, vivienda.
No se trata de que los pobres no coman en absoluto, pues morirían en pocos días; ni que vaguen por las calles absolutamente desnudos, alguna vestimenta l
es cubre; ni que todos duerman en las esquinas. De ser así, sería muy fácil
distinguir a los pobres de los que no lo son. Para determinar quién es pobre y quién no lo es, desde un punto de vista
sociológico, hay que especificar la diferencia, a veces sutil,
entre una alimentación adecuada para un ser humano, y la insuficiente; entre la capacidad para garantizarse ropa y vivienda, aunque modesta, pero digna de una persona, de la que no lo es.
Determinar en qué consiste lo "suficiente", lo "digno", o lo "normal" es el problema, pues
la percepción que tenemos de estos conceptos varía de una sociedad a otra, y de un momento a otro. Cocinar con leña, por ejemplo, tal vez era normal en el siglo XIX, pero a fines del siglo XX puede ser un indicio de pobreza. Una vivienda sin agua potable, ni drenajes públicos, con servicio "de hueco", bien podía ser "normal" en otros tiempos,
hoy por hoy no es así.
"El
hambre es, claramente, el aspecto más notorio de la pobreza", ha dicho Amartya K.
Sen (1). Seguramente, por esa razón, los primeros estudios sobre la pobreza se centraron en lo que se ha denominado "enfoque biológico", es decir, el que definía este concepto como la incapacidad para adquirir alimentos suficientes para garantizar "el mantenimiento de la eficiencia física".
A primera vista, parece acertado definir la pobreza de esta manera, pero si hurgamos un
poco nos damos cuenta de algunas imprecisiones. El Dr. Sen le señala tres dificultades principales al enfoque biológico. Primero, los requerimientos nutricionales mínimos "encierran una arbitrariedad intrínseca", puesto que varían con las características físicas, el clima y el tipo de trabajo. En segundo lugar, no es fácil relacionar los requerimientos nutricionales con productos del mercado cuantificables, ya que la gente tampoco sigue hábitos de consumo completamente racionales. Tercero, varía mucho la proporción del ingreso gastado en comida de una familia a otra.
Pero, además, la pobreza no es reducible exclusivamente a incapacidad alimentaria, pues, como dicta el sentido común, una hambruna desatada por alguna calamidad natural no puede ser considerada como una situación de pobreza. En la moderna sociedad capitalista, la pobreza implica inaccesibilidad total o parcial a un conjunto de mercancías indispensables para la vida, entre ellas los alimentos.
Tal vez por eso, Adam Smith definía la pobreza respecto de la incapacidad para adquirir determinadas mercancías,
entendiendo por ellas "... no sólo las indispensables para el sustento de la vida, sino todas aquellas cuya carencia es, según las costumbres de un país, algo indecoroso entre las personas de buena reputación, aun
entre las de clase inferior. En rigor, una camisa de lino no es necesaria para vivir. Los griegos y los romanos vivieron de una manera muy confortable a pesar de que no conocieron el lino. Pero en nuestros días, en
la mayor parte de Europa, un honrado jornalero se avergonzaría si tuviera que presentarse en público sin una camisa de lino".
Queda claro, entonces, que la pobreza debe ser definida como una incapacidad de los individuos o sus familias para acceder a una serie de productos indispensables para desarrollar una vida digna, de los cuales los alimentos hacen un componente esencial, pero no el único. Por supuesto, definir qué mercancías o productos, a partir de cuya posesión, acceso o carencia se define la pobreza, es el problema que deben resolver economistas y sociólogos en cada sociedad y época particular.
¿CÓMO SE MIDE LA POBREZA?
Definido el concepto de pobreza, el siguiente paso consiste en encontrar una
metodología adecuada para estimar su incidencia en la sociedad. Si para definir el concepto de pobreza existen perspectivas diferentes, respecto al método para estudiarla
también hay enfoques distintos.
De todas las posibles, dos han sido las metodologías privilegiadas para el análisis de la pobreza: el método de la línea de pobreza (LP) y el método de las necesidades básicas insatisfechas (NBI).
El primero, el de la línea de pobreza, ha sido el más utilizado en América Latina. Dicho en pocas palabras, el método de la línea de pobreza consiste en la estimación del costo de una canasta básica de alimentos y servicios para una familia tipo, con relación a la cual se demarca la pobreza. Mediante una encuesta se comparan los ingresos promedio de las familias con el costo de dicha canasta. La capacidad o incapacidad para cubrir el
costo de la canasta con los ingresos familiares dirá de qué lado de la línea se clasifica a la familia.
Se clasifica como pobres a las familias cuyos ingresos no alcanzan para satisfacer el costo de la canasta básica, y se considera en extrema pobreza a las familias cuyos ingresos ni siquiera alcanzan para cubrir la canasta básica de alimentos, sin añadir otros gastos.Algunos especialistas internacionales prefieren utilizar los conceptos de pobreza relativa (secundaria) y pobreza absoluta (primaria). Refiriéndose a la primera como una "marginación de la vida social normal", es decir, "cuando no se alcanza un mínimo existencial que responda a las convenciones sociales y culturales"; entendiendo por la segunda, "cuando se ve amenazada la subsistencia física (expresada en términos de alimentación indumentaria, vivienda)".
Ningún método es perfecto, y al de la línea de pobreza se le puede señalar como defecto
que no mide el consumo o satisfacción real de las necesidades por parte del grupo familiar, sino su capacidad potencial (ingreso) para cubrir dichas necesidades. Es decir, una encuesta basada en este método no pregunta a las familias si efectivamente consumieron tales o cuales alimentos necesarios para una dieta balanceada, sino que se centrará en conocer la cuantía de sus
ingresos monetarios, lo que le indicará al investigador si tienen la capacidad o no de cubrir el costo de la canasta básica. Por eso, a éste se le ha llamado también el método indirecto para estimar la pobreza.Por supuesto, la canasta básica no constituye un criterio arbitrario, establecido en abstracto, sino que se construye a partir de un estudio de campo en que se establecen los hábitos de consumo acordes a las tradiciones culturales del país o región, y al estrato social. Para determinar la canasta básica hay que establecer también el tamaño promedio de las familias, la cantidad de adultos promedio, etc., lo cual conlleva también dificultades que
no abordaremos.
Establecida la canasta básica, sobre la que se harán las estimaciones, es preciso revisarla periódicamente para actualizarla, puesto que los hábitos de consumo varían con el tiempo. Pese a los problemas señalados, el método de la línea de pobreza, dada la mensurabilidad de sus resultados, ha sido el más utilizado por los gobiernos y los organismos internacionales .
El otro método, el de las necesidades básicas insatisfechas, define una serie de necesidades elementales, y una norma para medir el grado en que las familias las alcanzan o no. Si la familia no logra satisfacer alguna de las necesidades señaladas se la clasifica como pobre.
Las necesidades básicas establecidas por esta metodología como variables a medir son cuatro:
1) las referentes a las condiciones de la vivienda familiar (tipo de vivienda, estado, grado de hacinamiento);
2) las referidas a la estructura físico sanitaria (agua potable, drenajes de aguas negras);
3) el acceso al sistema educativo (escolaridad);
4) los ingresos familiares, para conocer la capacidad de satisfacer el resto de las
necesidades, especialmente alimentación.
Este método ha cobrado auge a partir de los censos de población y vivienda de la década de los ochenta. Con él se han elaborado los llamados mapas de pobreza que demarcan, sobre la base de los criterios mencionados (vivienda, servicios públicos y educación), los corregimientos y distritos de mayor incidencia de la pobreza. Su defecto principal está en su sesgo hacia los problemas de vivienda e infraestructura físico sanitaria.
En la medida en que estos dos métodos, el de la línea de pobreza (LP) y el de las
necesidades básicas insatisfechas (NBI), centran su concepción de pobreza en problemas distintos, se produce el hecho curioso de que tienden a no coincidir la cantidad de pobres, y quiénes deben ser considerados como tales, si se comparan los resultados de ambos métodos entre sí. La intersección entre el conjunto de pobres estimado por la LP y el conjunto calculado por el método NBI es muy pequeña.
Recientemente se ha propuesto integrar ambas perspectivas en un sólo método, que se
ha denominado medición integrada de la pobreza (MIP) . Mediante éste, se trataría de complementar ambas visiones de la pobreza con el objetivo de tener un conocimiento más preciso acerca de ella.
Mediante el método NBI se identificaría la satisfacción o no de necesidades referentes a: servicios de agua y drenaje, nivel educativo de los adultos y asistencia escolar de los infantes, electricidad, vivienda, mobiliario hogareño, tiempo libre, recreación y cultura. Mediante el método LP se estimaría el grado de satisfacción de necesidades como:
alimentación, vestido, calzado y cuidado personal, higiene personal y hogareña, transporte, comunicaciones básicas y otros gastos corrientes del hogar.
La atención de salud y reproducción biológica sería analizada por un procedimiento mixto, con el objeto de identificar en qué medida es satisfecha esta necesidad por la vía de los servicios públicos gratuitos o recurriendo a la medicina privada.
Para determinar la línea de pobreza se calcula una canasta básica sobre las base de las necesidades consideradas en el método de LP (alimentación, vestido, transporte, etc.); y se comparan los ingresos familiares con dicha canasta, pero, como se ha separado un grupo de necesidades para ser estudiadas por el método de la NBI (especialmente relacionada con vivienda y servicios públicos), debe restarse de los ingresos las
erogaciones dedicadas a estos rubros (pago de vivienda, educación, etc.).
El método MIP permite una comprensión mejor y mayor del fenómeno de la pobreza, puesto que permite analizar los diversos tipos de pobres y sus condiciones de vida. Se pueden distinguir por medio de esta metodología por ejemplo: los pobres que, viviendo en un medio urbano o suburbano con infraestructuras adecuadas, no logran satisfacer sus requerimientos mínimos por la vía
del ingreso familiar; o los pobres que, poseyendo ingresos mínimamente adecuados, viven en un medio carente de infraestructuras adecuadas para la vida humana; o aquellos que sufren carencias estructurales y de ingreso a la vez.
La utilización de la medición integrada de la pobreza hace posible la elaboración del concepto de pobreza crónica, compuesto por "aquellos cuyos ingresos son insuficientes para satisfacer necesidades esenciales de consumo corriente (línea de pobreza, LP) y de manera simultánea sufren carencias de tipo estructural (necesidades básicas insatisfechas, NBI)".
Finalmente conviene señalar que, desde 1990, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), ha elaborado el llamado Índice de Desarrollo Humano (IDH), metodología que pretende integrar y superar a las anteriores. A partir de sus conceptos definitorios (productividad, equidad, sostenibilidad y potenciación), el IDH pretende medir, "desde la perspectiva del ser humano", factores económicos, sociales, políticos y
culturales que determinan su desarrollo.
La metodología del IDH se sustenta sobre tres indicadores esenciales:
1) Esperanza de vida al nacer,
2) Nivel educacional (alfabetización de adultos y tasa combinada de matrícula primaria, secundaria y terciaria)
3) Producto Interno Bruto real, que debe reflejar el nivel de ingresos.
El IDH establece una escala para la clasificación de los países, en la que su posición indica cuan lejos está de la "meta" de desarrollo óptimo estimada a nivel mundial (7).El IDH no muestra la real distribución del ingreso en la sociedad; a la vez que la alta tasa de escolarización y sanidad no dice mucho de los ingresos reales de los trabajadores. Tal vez por eso, para sorpresa de muchos, en las estimaciones del IDH Panamá aparece
como un país de desarrollo intermedio.
¿QUE HACER PARA COMBATIR LA POBREZA?
Tomando en consideración experiencias pasadas, así como los nuevos enfoques de la pobreza, el World Bank (2001) recomienda combatir la pobreza llevando a cabo acciones en tres áreas:
a) Promover oportunidades materiales propiciando el crecimiento económico, la creación de trabajos, escuelas, crédito, servicios de agua y desecho de excretas, salud y educación
b) Facilitar el empoderamiento de los pobres, fortaleciendo su participación y haciendo que las instituciones estatales sean más accesibles y rindan cuentas a ellos. También eliminando barreras sociales resultado de discriminaciones por género, raza, religión o estatus social
c) Mejorando la seguridad de los pobres para reducir su vulnerabilidad ante
enfermedades, ajustes económicos y desastres naturales
Por su parte, el UNDP (2003) afirma que para salir de la pobreza se necesita un enfoque
multifacético que va más allá de las políticas requeridas para mantener la estabilidad y el crecimiento económico, así como un clima político estable.
Por ello propone seis
conjuntos de políticas:
1) Invertir en el desarrollo humano, es decir, salud, educación, nutrición, sanidad y agua, para fomentar la creación de una fuerza de trabajo productiva
2) Ayudar a los pequeños agricultores a incrementar su productividad
3) Invertir en infraestructura: electricidad, carreteras, puertos
4) Implementar políticas de desarrollo industrial dirigidas a la pequeña y mediana industria
5) Promover la equidad social y los derechos humanos para que los pobres y los marginados, incluidas las mujeres, tengan libertad y voz para influenciar en las decisiones que afectan sus vidas
6) Promover la sustentabilidad ambiental y la buena gerencia de las ciudades para proveer ambientes seguros
De lo anterior se desprende que el problema de la pobreza es multidimensional y se debe atacar desde diferentes ángulos. Por un lado, se deben llevar a cabo políticas top-down (de arriba hacia abajo) que propicien la estabilidad y el crecimiento económico. Pero dichas políticas deben ser acompañadas por políticas bottom-up (de abajo hacia arriba) que promuevan el desarrollo de las capacidades de los individuos, mejoren la distribución del ingreso y permitan la participación de los pobres en la búsqueda de mejores condiciones de vida.
HISTORIA DE LA POBREZA EN MÉXICO.
Hablar de pobreza en México es hablar de cinco siglos de historia. Si bien Fray Gerónimo de Mendieta ya advertía de la pobreza en las tierras americanas recién descubiertas, cualquier observador, aunque no fuese muy agudo, diría hoy que México es un país en donde mucha gente sigue siendo víctima de la pobreza: en nuestro país el problema ciertamente está -y ha estado siempre- lejos de ser resuelto. La pobreza y la desigualdad son signos que caracterizan a México, por lo cual tienen que ser confrontados. La desigualdad es una consecuencia de la pobreza, toda vez que esta última es causada por la ausencia de capacidades básicas: nutrición, salud, educación y vivienda adecuadas. Sólo enfrentando el problema de la pobreza se podrá atenuar, en el tiempo, el de la desigualdad.
Durante los siglos de dominación española, la pobreza en la Nueva España nunca fue una preocupación central de la Corona; solamente algunos frailes lucharon sistemáticamente por que los niveles de vida de los indígenas mejoraran. Con el arribo de la Independencia, los problemas políticos que aquejaron a México durante la mayor parte del siglo XIX impidieron que los gobiernos -liberales unas veces, conservadores otras- pudieran gozar de la estabilidad política necesaria para establecer "algo" que se asemejara a una política social o que, simplemente, tuviera como objetivo mejorar el nivel de vida de la mayoría de la población. El triunfo liberal, la relativa estabilidad política conseguida por Juárez y el modelo económico impuesto durante el porfiriato, sin embargo, no se tradujeron nunca en bienestar para las mayorías. Al contrario, las décadas de crecimiento, expansión de la infraestructura, de las comunicaciones y, en general, de modernización del México porfirista, significaron un proceso de concentración de la riqueza que exacerbó las diferencias sociales y económicas del país. En un contexto de gran descontento político y de fuertes demandas por un país democrático, el resultado lógico fue la Revolución de 1910.
Junto con el nacimiento de los "gobiernos de la Revolución" nace en México el compromiso de enfrentar, cara a cara, el problema de la justicia social. Sin embargo, este problema nunca se definió explícitamente en forma de una política orientada a atacar la pobreza, pues, otras fueron las prioridades políticas en el curso del tiempo. Con todo, el compromiso de enfrentar el problema de justicia social se aprecia tanto en el discurso como en la letra del Constituyente de 1917. Los "gobiernos de la Revolución", por primera vez, asumen la responsabilidad de luchar por lograr un desagravio ante las injusticias ancestrales: la eliminación de la desigualdad como característica dominante de la sociedad mexicana. Así, se puede decir, en cierto sentido, que el pacto político que subyace a la Constitución de 1917 tuvo en la búsqueda de la justicia social una de sus principales motivaciones, y que fue también uno de los principales factores de consenso de las fuerzas revolucionarias.
Durante los 75 años subsecuentes al compromiso constitucional con los más desfavorecidos, se crearon servicios sociales, agencias públicas, leyes y reglamentaciones que buscaban atenuar las carencias de muchos para reducir la desigualdad. Sin embargo, la pobreza, aunque en términos relativos disminuyó, en términos absolutos creció y, por lo tanto, el problema de la desigualdad persistió.
Independientemente y además de cuestiones morales o ideológicas, hoy en día el mejoramiento humano y material de numerosos grupos sociales es una precondición consensualmente aceptada por prácticamente todos los sectores de la sociedad mexicana: ya nadie supone que el desarrollo económico y político serán posibles de no resolverse, pari pasu, el problema básico de la pobreza –y con él el de la desigualdad. Sin duda, existe una diferencia -que se discute ampliamente en el texto del libro- entre el Programa Nacional de Solidaridad y la política social de la etapa posrevolucionaria anterior: hoy, la política es primero luchar contra la pobreza -causa última de la desigualdad- no sólo como un fin en sí mismo, sino como el medio que permita lograr otros objetivos -específicamente el
desarrollo sostenido. Ya no se trata solamente de conseguir un desagravio frente a las diferencias ancestrales o de lograr la esperada "justicia social" para las mayorías, sino de dar viabilidad a un proyecto económico que no tiene ningún futuro si cerca de la mitad de los mexicanos se encuentran sumidos en la pobreza.
En este sentido, y a diferencia del pasado, el fin de la pobreza es requisito y precondición para el éxito del nuevo programa de desarrollo económico. Es muy importante notar que la persistencia crónica de un México dual, un México en el que sólo algunos avanzan por el camino de la modernidad mientras sectores significativos de la población están completamente marginados del
proceso de desarrollo, no refleja tanto un olvido del compromiso original con los menos favorecidos. Más bien ha sido la lógica clientelar que surgió en el sistema político mexicano la que ha impedido que las políticas sociales cumplan con ese compromiso. En ese sentido caben las siguientes preguntas: ¿Cómo es posible que las grandes instituciones sociales que nacieron con la Revolución y con los gobiernos que la sucedieron no hayan podido eliminar los problemas de pobreza y desigualdad en México después de tantos años? ¿Por qué no han sido suficientes 75 años de Revolución y de política social para eliminar esos problemas?
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